Lima, Perú
Viernes, 24 de junio de 2011
No puedo poner destinatario aún, pues no sé cómo te llamarás. Faltan décadas para que nazcas, pero desde ya, estoy pensando en ti. No serás mi hijo, ni mi nieto; supongo que vendrás después de ellos también. Sin embargo, tú y yo, estamos conectados. Hoy, soy responsable de lo que tendrás tú, mañana. Es agobiante el poder que tenemos los de mi generación sobre el futuro de la tuya.
Para cuando leas esta carta no se qué tanto habrá cambiado el pasto verde que veo desde mi ventana mientras te escribo. No sé qué tanto habrá cambiado ese cielo sin nubes que me acoge, o este aire aún puro, que en silencio me regala un poco de existencia. No sé qué tanto, pero temo. Temo que todo esto cambie, y que tú, ya no puedas gozar de esta realidad inocente, espontánea, indefensa bautizada tiempo atrás como naturaleza.
Es triste. Me siento muy impotente, pues no solo la naturaleza corre con esta suerte de expiración; todo lo que se desprende de ella también está desahuciado. Hablo de la tranquilidad que hoy nos genera salir a un río y poder beber sus aguas. De la prosperidad que nos trae su suelo que nos regala alimento y de sus plantas que nos prestan sus frutos. De la felicidad que sigilosamente nos invade cuando vemos un paisaje multicolor, que está ahí, inerte y expuesto; siendo testigo de su propia destrucción, sin la facultad de defenderse y con la pena que corre por las arterias de quienes son traicionados. Sin darnos cuenta, no solo estamos matando al planeta que nos aloja, sino a nosotros mismos. Nos estamos haciendo daño, a propósito.
No me imagino vivir en un mundo con las carencias que estamos provocando con nuestra inconsciencia. Siento lástima, pero sobre todo, siento una culpa que me desborda por ser partícipe de este estilo de vida egoísta y vacío.
Quisiera entender cuál fue el punto de quiebre. Entender en qué momento perdimos el respeto y la conexión con nuestra tierra. Quisiera realmente comprender, cómo fue posible desligarnos de nuestra fuente de vida, de quien nos da alimento, aire, albergue… todo. ¿Quién nos cortó el cordón umbilical?
Yo te escribo hoy para contarte que no me siento bien. Que una mañana como esta, me desperté teniendo asco y miedo por lo que nos habíamos convertido. Me desperté sintiéndome muy lejos y muy cerca de esto que somos ahora: una sociedad ingrata e indiferente.
Quisiera pedirte perdón desde hoy, y que estas disculpas retumben por los siguientes 100 o 200 años en las paredes de quienes están pagando las consecuencias de nuestro abuso y descontrol.
Es para mí (y para una parte de quienes estamos vivos hoy) muy difícil seguir viviendo con una actitud impasible frente a lo que estamos haciendo y es por eso que dejo por escrito, por medio de esta carta, un compromiso. Un compromiso a cuidar lo que se nos prestó, a no ser parte de una colectividad consumista, indolente e imprudente. Me comprometo a pensar en ti, que vienes después que yo, y hacer lo que esté a mi alcance para lograr una diferencia. Porque por ahí escuché a un experto en física que en los sistemas caóticos –como el hombre y su sociedad– es posible lograr una gran diferencia en el resultado con haciendo pequeños cambios al inicio.
Me despido de ti, con muchísimo cariño y espero (de todo corazón) que tu realidad tenga prosperidad y pueda gozar de los lujos que la naturaleza nos obsequia sin esperar retribución. No te culpo si nos guardas rencor o resentimiento, pero ten por seguro que desde hoy estaré trabajando por tu futuro ya que una vez que la consciencia irrumpió en mí, se quedó para siempre.
Te saludo desde Lima un viernes 24 de junio,
Estefania Albornoz
No hay comentarios:
Publicar un comentario